Yo hubiera preferido agua, pero el vino no sonaba mal tampoco. Toda la vida quise otras cosas y poco las obtuve, pero desde hacía tiempo había adoptado una perspectiva diferente. No siempre lo que se consigue es peor que lo que se desea, por eso sostuve el vaso con firmeza para que no se escapara ni una gota.
A las siete teníamos que volver a salir, pero luego de comer llegaron otros vasos de aquel vino austral que trajo Agustina el mes pasado. No había más caminos, ya éramos responsables de terminar la botella y acaso otra más. Entonces miré el movimiento de sus manos y lo supe de inmediato: me habría bebido el universo entero de haber sido servido en esa copa interminable.