Catalina en mi cuarto


A menudo sueño con ella. No me gusta nada la idea de que ande por ahí como si nada hubiese pasado, como si fuera dueña de todo a su alrededor y tuviera el derecho de pisotear, dañar, hurgar e infectarlo todo con su don nauseabundo. Ella cree que se me olvidaron las cosas que han pasado, ¡como la vez aquella en que me persiguió por toda la terraza, humillándome frente a mi visita! Pero está muy equivocada. Ella está presente siempre en mi mente, en mis miedos, en mis malos recuerdos; cohibiéndome, atormentándome como una amenaza que espera por mí en algún rincón oscuro de cualquier lugar, haciendo de mí un ser pusilánime y patético.

Hace tiempo me di cuenta de que Catalina es malvada. Algunos trataron de convencerme de lo contrario, pero sus esfuerzos fueron inútiles porque ella siempre está ahí, dispuesta a hacerme daño, latiendo, espiándolo todo, enferma, voyerista. Ya me he hartado de esta situación. En realidad, me harté hace mucho tiempo, aunque lo cierto es que no he logrado deshacerme de su maligna presencia en mi vida. Cuando menos lo espero ella aparece, así, de la nada. Arbitraria. Pero ya es momento de hacer algo al respecto, aunque sé que eso es algo demasiado difícil.

¡Es que ha llegado al colmo, no lo aguanto más! Incluso he pensado en que se va ella o me voy yo. Estoy hasta el tope de su risita cínica y de la pericia que se gasta para evadirme cuando quiero escarmentarla, que en realidad es casi nunca por no atreverme, es que sé que puedo salir perdiendo. No sé cómo es que la infeliz casi siempre sale invicta de todo. Total que lo que pasó el otro día no se lo voy a perdonar. Se pasó de la raya. Mi mamá dice que eso fue producto de algún veneno que echaron en la casa vecina y todas las compinches de Catalina hicieron su éxodo hacia los demás hogares. Yo como que le creo mucho en su hipótesis, porque eso fue una romería inesperada, extraordinaria, huy, pútrida.

Ya me alcanzo a imaginar a doña Catalina, acostada plácidamente en mi cama, mullendo mis almohadas, tomando la siesta después de almorzarse mis libros. No, no, no puedo con esto, es demasiado. Ya tengo suficiente con que se meta hasta en mis sueños algunas noches como para que también llegue a mi cuarto, a atropellar mi confianza protagonizando quién sabe qué tipo de asuntos horribles con mis cosas.

Porque sé que Catalina es una abusiva es que me atrevo a idear el tipo de cosas que hizo cuando yo no estaba: luego de haberse probado toda mi ropa interior —con la firme intención de quedarse con la que más le gustara, por supuesto— desordenando y ensuciando mis maquillajes y mis papeles, abandonada al ocio sobre mis sábanas, antes de ella pulcras.

Ayer revisé el recibo de teléfono y no pude creer lo que vi. ¡Es que no cabe duda de que fue ella! La inmunda cucaracha seguro se gastó el día hurgando entre mis cosas, robando utensilios, probándose mi ropa, acostándose en mi cama, y por si eso fuera poco ¡haciendo llamadas a larga distancia a sus amigotas de Canadá! Te digo que eso ya no se lo perdono. A duras penas puedo tolerar que entre a mi cuarto cuando le da la gana, porque no puedo evitarlo, pero ¿imaginármela vestida con mis cucos blancos, acostada con las patas apoyadas en la pared, hablando horas sobre sus fechorías con aquellas que hacen daño por otro lado del planeta mientras ella, muy tranquilamente, juega con el cable rizado de mi teléfono personal? ¡Eso es una locura! Ya bastante locura ha sido tener que nombrar a la Catalina de turno, que de vez en cuando viene a visitarme, menos mal la mayoría del tiempo sin yo darme cuenta. Y ojos que no ven, corazón que no siente. Suspenderé mi línea telefónica.

 

(Cartagena de Indias, 2009)

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