Es sábado por la mañana. Estoy sola. No suelo estar sola a esta hora en días como este. Afuera el sol arde. El mediodía se alza con petulancia sobre mi cabeza mientras bajo calladamente a buscar desayuno en la avenida. A pesar de mi fastidio y de mi no mirar a nadie en el camino, no me niego a reparar en las petunias moradas de la casa vecina de donde Ariel. Me gustan las petunias, y esas de ahí son mis petunias, aunque no se les haya dado por crecer en mi jardín. No las culpo, son demasiado gráciles como para nacer en una terraza tan árida como la mía. Sigo andando.
Todavía es sábado, y cada sábado me levanto mareada, aún con el sabor alicorado y humeante de viernes. Todo esto me recuerda un poco a Amarilla y al Pink Tomate ese, pero yo no tengo ni medio gato o alguna octava de perro a quien acariciar mientras le echo el humo de mi cigarrillo en el hocico. ¿Guayabo? No, no uso de eso. Más bien malestar de pensar que amanecí sola en sábado. Y el solazo.
* Cinco cuadras caniculares hasta la Pedro de Heredia.
Cartagena de Indias, 2013