La correspondencia se acabó el día en que una malhabida cita de Aristóteles se interpuso entre Daniel Sanz, profesor de origen catalán, y ella. Lo revoltoso lo tenían en común. Lo idealista, también.
Cartagena de Indias, 22 de febrero de 2010
Sanz,
Dice Mario Benedetti, este poeta uruguayo que vine a conocer en los albores de su muerte, «es tan lindo saber que usted existe…». Es un poema titulado Hagamos un trato, y me gustaría que lo leyeras, porque es bello y es sincero, y es cándido.
Duermo a ratos, pero esta noche me desvelo pensando en las estrellas que no he podido ver. Son las tres y media de la madrugada, por lo menos acá, de este lado del mundo. Es casi penoso, pero también romántico saber que nos separan no solo seis horas de diferencia y muchísimos kilómetros de tierra y mar, brisas, pájaros, ballenas, barcos, aviones, flores, mesetas, dunas, besos y abrazos, lunas y días… casi penoso saber que eres una de mis invenciones, una más de mis fantasías irrealizables, uno de mis corazones rotos. Pero romántico es saber que usted existe, allá, en algún rincón olvidado por quienes no te ven o no quieren vernos, el rincón del planeta más añorado por mí en esta noche de cigarrillos solitarios y apetencia amorosa. ¿Existe acaso un lugar donde vayamos a estar inmersos entre nos, amor?
Muchacho de ojos negros y barba de días, me mata la soledad. No quiero despertar mañana sabiendo que no estás, ignorando tu existencia. No quiero olvidar que del otro lado del Atlántico te encuentras esperando que vaya a buscarte para bailar una salsa, o un tango, o alguna música impregnada de olores y sabores desconocidos aún para mí. Acaso para bailar juntos un silencio… o dos: el tuyo y el mío.
Pero enséñame, porque no tengo miedo de ti. Por alguna razón, que igualmente no conozco, no le temo a tu sonrisa franca (así me la imagino que es), no le temo a tu estatura ni a tus largas lecturas de intelectual; tampoco le temo a enamorarme de ti, porque creo que ya lo estoy… ¡Muy a mi utópica y, en algún sentido, pueril manera! Pero finalmente enamorada de tu charla transatlántica y de tu cara de niño bueno no tan bueno. Ha sido fácil pensar en un después, el no limitarme a una conversación eventual por sabido frívolo medio de teclas y clics.
La otra noche he soñado contigo, aunque a decir verdad no me ha hecho falta estar dormida para ello; te he visto venir al desconcierto del amor y hallarte envuelto conmigo en una idílica caminata, guiados ambos por las lumbreras de lo que no puede ser. Y ha sido bello, lo confieso, y deseo que, así sea en fantasías inconscientes, se repita.
Cielo, como tú me llamas y nadie más lo hace, quiero decirte, otra vez, que ha sido un placer conocerte. ¡Ah, pero cada vez se vuelve más sincera esa frase! En medio de las precipitaciones de mi alma, has sido un brote de mi inocencia, un consuelo en mi ahogo y en este desasosiego de conocer lo que no conozco y de esperar lo que no sé que espero.
Buenos días para ti, buenas noches para mí.
Algún día tuya,
Olivia B.