A finales de los años ochenta, la cadena de televisión colombiana Telecaribe estrenó Cheverísimo, un aguzado programa de humor costeño que permanecería al aire por más de dos décadas. Su sección más celebre fue, quizá, Las Vainas de mi Pueblo, el jocoso retrato de un par de campesinos que se sienta a conversar sobre mecedoras. Mediante la exaltación de un vívido lenguaje rural y las anécdotas más descabelladas, los dos sujetos hacen extrema gala del realismo ingenuo que el estudioso Adolfo José Pastrana les atribuye y que los lleva a trazar los rasgos del mundo con brocha gorda.
La iniciativa de poner por escrito estos relatos nace de cierta nostalgia personal compartida con el abogado arjonero Juan David Castro, reconociendo en ello la importancia de la memoria y de las identidades culturales en el Caribe colombiano arcádico. Sin más, la siguiente es la transcripción de las dos historias referidas en el episodio «Los Micos» de Las Vainas de mi Pueblo (hay video al final de la entrada).
―Cole, ¿usté’se acuerda del verano del cincuentaidós?
―¿El verano del cincuentaidós?
―¡Sí, señó!
―¿Ese no es el que mienta Alejo Durán en el disco de él?
―¡Sí, señó! Homb’e, ¡ese verano, cole, me hizo un daño grande a mí! Un poco’e días, vea, no llovía ni na, y la yerba estaba seca, no había ajonjolí, las rosas se murieron, las vacas estaban flacas y paletú’as. Vea, ¡ese verano sí hizo daño, cole!
―¡Yo me acuerdo!
―¡Sí, señó! Pero un día estaba yo, cuando ya el verano iba adelanta’o; estaba yo senta’o en la puerta, en un taburete.
―Triste…
―Triste, homb’e, tomándome un pocillo’e café. Y de pronto veo allá en el horizonte, allá, ¡en lo último, allá!, veo una nubecita negra.
―¡‘Erda, una nube de agua!
―¡Sí, señó, una nube de agua! Y estaba soplando un brisón…
―¿Y venía pa’cá?
―Sí, señó, y yo dije: «¡Epa! Se va componé’la vaina porque esa nubecita negra viene pa’cá». Y la brisa la traía y la traía, ¿oyó? ¡Y venía soplá! Y de pronto cuando está ya cerquita a la casa, el brisón se la va llevando, y yo me dije: «¡Homb’e, el viento me va llevá’la nubecita y no me va a llové’n la finca!»
―Ajá…
―Joda y cuando… ¡se la va a llevá! Y cuando ya vi que iba pasando por el techo’e la casa, cogí una escoba, me subí al techo ¡y puyé la nube, así! ¡Y empieza a caé’agua, oyó! ¡¡Garrote’aguacero!!
―¿¿La puyó??
―¡¡Sí, señó!!
―¡¡Homb’e, sea serio, cole!!
***
―‘Erda, es que pasan unas vainas… ¿Usté’se acuerda cuando yo vivía en la finca de Chibolo? Allá, en La Pola.
―¡Sí, señó!
―¡¡Ushe, perro!! ¡Carajo! Es que, vea, el problema con los perros estos es que hay una miquera por aquí. Y me hace acordá’por eso el cuento’e cuando vivía en La Pola. ¡Imagínese de que había una pila’e micos comiéndose el máiz que había sembra’o yo!
―¡Homb’e!
―¡Homb’e, pero qué micos necios! Y dije yo…
― ¿Se lo comían biche?
―¡Bichecito! Lo pelaban así, vea, ¡juas, juas! Y se lo comían, ña-ña-ña-ña. ¡Usté’sabe cómo es el mico bravo con el diente!
―¡Sí, señó!
―‘Erda, y dije yo: «Carajo, ¡hoy va a sé’l día de los micos del carajo estos!». Traje una escopeta’e regadera, y cuento yo en un palo, en un campano, ‘erda, el poco’e mico. Cuento yo, cha, cha, cha, ¡sesentaiún micos! ¡Je!
―¡Homb’e!
―Sesentaiún micos. Y dije yo: «‘Ñerda, yo no tengo sesentaiún tiro’aquí. Si disparo uno, se me va el resto’e mico. No, ¡yo los voy a quebrá’es a to’os!»
―¿¿De un solo??
―¡De un solo!
―Ya viene usté’con sus embusterías…
―Espérese pa’que vea. Y dije yo: «Bueno, esto va a’sé facilito». Cogí un rosario que tenía de la mujé’mía, de pura pepa grande, así.
―¿Una camándula?
―¡Sí! ¡De pepa de ahuyama! ¡Je! Y se la retaque’o a la escopeta… con to’y cabuya, ¡CHOU-CHOU-CHOU!
―¿¿Enterita??
―¡Enterita! Y digo yo: «Bueno, prepárense, micos», y ¡PIN-DÁN! ‘Erda, y empieza a caé’mico, ¡je, quitiplán, piplán, pupumpúm, pitiplán! Conté sesenta micos, ¡to’os amarraí’tos con la cabuya!
―¿¿Con la cabuya’e la camándula??
―¡Sí! Y dije yo: «Carajo, ¡falta uno!»… Y yo: «‘Erda, ¡carajo, falta un mico!». Y cuando miro, veo un mico allá encarama’o… persignándose con el Cristo en la mano, y decía: «¡¡‘ERDA!! ¡¡¡MUCHA MATAZÓN!!!».